Salud

Vivir sin baño y cómo hacer para que la dignidad empiece por lo más básico

Mientras seis millones de personas en Argentina viven sin acceso a sanitarios dignos, varias organizaciones construyen soluciones reales en barrios vulnerables. Historias de vida y de solidaridad en el conurbano profundo.

Por Jazmín Bazán

Benji tiene poco más de dos años y ya lo sabe: el baño es suyo. Se lava las manos solo, se trepa al inodoro, se queda a veces más tiempo del necesario, solo por estar. Para él, ese espacio es más que un cuarto: es un lugar limpio, seco, propio.

Hace un año, antes de que su familia se pusiera en contacto con Módulo Sanitario –una ONG que se dedica a resolver esta necesidad urgente para tantos argentinos– ese baño no existía. Cuando llovía, su mamá tenía que correr con él en brazos, hasta el terreno de su tío, donde había un bañito precario.

Ana y Pablo, los papás de Benji, son una pareja joven que se mudó hace dos años a Ingeniero Allan, Florencio Varela, en el conurbano profundo. Allí, la mayoría de los vecinos carecen de agua potable y cloacas. Además, viven cerca del arroyo Las Conchitas, que, según estudios avalados por la Universidad Nacional Arturo Jauretche, está contaminado por efluentes residuales y desechos industriales. En épocas de lluvia, desborda, entra a las viviendas, y también se infiltra en las napas.

La falta de acceso a un baño digno es una de las formas más graves –y menos visibles– de la precariedad habitacional, que afecta a un universo de 6 millones de personas. Frente a esta realidad, Módulo Sanitario, una organización lanzada por seis amigos con ganas de poner sus conocimientos al servicio de los demás, decidió crear una solución.

En 2015, el grupo, formado por ingenieros, arquitectos y hasta teólogos, se lanzó a construir el primer baño, precisamente en Ingeniero Allan. El primer año construyeron tres. El segundo año, llegaron a veinte. El número siguió creciendo. Hasta el momento, hicieron más de 1.850 baños. Ya consiguieron el apoyo de empresas que participan de distintas partes del proceso: es el caso de Ferrum, que contribuye con inodoros.

Misión cumplida. El baño de Ana, Pablo y Benjamín es uno de los 1.850 que ya se construyeron en 10 años. Foto: Matías Martín Campaya.Misión cumplida. El baño de Ana, Pablo y Benjamín es uno de los 1.850 que ya se construyeron en 10 años. Foto: Matías Martín Campaya.

“Siempre hablábamos de la importancia del baño en los primeros años de vida”, rememora Tomás Sicouly, cofundador e ingeniero industrial. “Sabíamos que los hábitos de higiene potencian la nutrición, y permiten que los problemas de nutrición se gestionen bien”.

Un grano de arena y una gota de agua

Las cifras que maneja Módulo Sanitario se basan en datos del Censo del INDEC y de la Encuesta Permanente de Hogares. En cada barrio, además, la organización realiza su propio “censo sanitario”: visitan casa por casa, observan si hay o no bacha, si hay disponibilidad de agua, si hay pisos o solo tierra, y consultan sobre hábitos de higiene. Preguntan si es costumbre ducharse, lavarse las manos, cepillarse los dientes.

“Para mucha gente, bañarse es un infierno: tienen que exponerse al frío, sin privacidad ni condiciones mínimas de limpieza. Eso es lo que queremos cambiar”, detallan los voluntarios. Para muchas personas, la palabra “baño” equivale a un tacho, rodeado de lona o con paredes de chapa, lejos de la casa. Por eso, Módulo busca que ese espacio vital esté integrado al hogar.

En un solo fin de semana, construyen hasta 25 baños, con siete personas por baño: dos con experiencia, cinco que se suman. Participan entre 160 y 180 personas. Más de la mitad son voluntarios primerizos.

“Recibimos colegios, adolescentes, personas que están decidiendo qué hacer con su vida. Esta experiencia les da otra mirada, otra pregunta vocacional”, se explaya Sicouly. Hoy, la ONG tiene un equipo de voluntariado en Buenos Aires que trabaja en zona Sur, Oeste y Norte de la Provincia de Buenos Aires. También colaboran con equipos de distintas provincias, a los que acompañan con todo lo aprendido.

“Nos gusta trabajar desde la alegría. Sabemos que somos pequeños ante la magnitud del problema, pero nos enfocamos en cada historia, cada vínculo”, remata Sicouly.

Solidaridad multiplicada

Durante el fin de semana de construcción, las familias participan según sus posibilidades: cocinan, limpian, ayudan, se suman a talleres de higiene. Hay un promotor de higiene por baño, que hace juegos, charlas y censos previos. Todo se construye en dos días, pero el proceso arranca cinco meses antes.

Primero, se hace una evaluación objetiva, considerando la cantidad de niños, adultos mayores o personas con enfermedades que requieren el baño. Luego, se solicita a la familia un aporte del 10 % del valor del baño. Esa participación da orgullo. Como una mujer en San Luis que pensó que no podría pagar: le donaron harina, vendió empanadas, cumplió su parte y emprendió.

Voluntarios de Módulo Sanitario, en Florencio Varela. Foto: Matías Martín Campaya.Voluntarios de Módulo Sanitario, en Florencio Varela. Foto: Matías Martín Campaya.

La construcción del baño de Ana y Pablo fue más que una obra: fue un acto de comunidad. “Me emociono cuando me acuerdo. Nos tocó una escuela que vino a construir y los chicos eran buenísimos. Benji se olvidó de mí esos días, se perdió con las chicas, se enamoró”, dice Ana. La familia eligió ubicar el baño al frente del terreno. “Queremos tener una casa de dos pisos. Dos habitaciones arriba. Por eso lo pusimos ahí, para reutilizarlo después”, agrega su marido.

En paralelo, ellos siempre ayudan en el barrio. Con su mamá y su tía estuvieron vendiendo pan, para comprar huevos de chocolate a los niños que, de otra forma, no podrían comer uno. “Después pueden ir a la escuela y decir que ellos también tuvieron uno”, cuenta Ana entre lágrimas. “Nosotros siempre ayudamos, y por eso también nos costó recibir ayuda. Pero entendimos que la vida se trata de eso: de dar y de recibir. Módulo Sanitario también es eso, ¿no? Un vaivén de dar y recibir”.

El valor de lo propio

Ese regocijo aparece también en Rocío, otra de las vecinas de Ingeniero Allan que ya tiene su baño gracias a Módulo. “Fue una experiencia muy linda, que costó un poco pero se pudo. Los chicos siempre alentando, al pie del cañón. El primer día todos nos reímos, hice un poco de todo. Yo aprendí de ellos, ellos aprendieron de mí. El último día es el más emocionante, ves cómo queda todo. Al principio pensé que no iba a poder, porque no tenía trabajo estable, pero gracias a Dios, pude. Lo más valioso que tenemos es el tiempo”.

Otros, como Yesica González, de Cuartel V en Moreno, aún están esperando el suyo. Vive con su familia —siete personas— y el baño que tienen ahora es de un metro cuadrado, hecho con madera reciclada, lona y el capó de un auto. No tienen agua caliente.

“Lo lindo va a ser que llegue la hora del colegio y que las chicas puedan bañarse dignamente, que puedan dejar sus cepillos y lavarse los dientes”, plantea Yesica, que está pagando el 10% para llegar a la construcción en mayo. “Yo no tenía pensado tener mi baño”, reflexiona. Pero lo imagina.

Repensar las políticas públicas

Como explica Nicolás Ferme, coordinador de Estado y Gobierno de CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento), “las ciudades argentinas crecen de manera desordenada. Se expanden en superficie mucho más rápido de lo que crece su población, sin planificación ni densificación, lo que agrava la desigualdad territorial y encarece la provisión de servicios”.

En este contexto, Ferme subraya la importancia de repensar las políticas públicas: “En las últimas décadas, el Estado argentino impulsó políticas habitacionales que privilegiaron la vivienda nueva. Estas iniciativas fueron relevantes para ampliar el acceso a vivienda formal, pero tuvieron menor impacto sobre el déficit cualitativo, particularmente en el acceso a condiciones sanitarias adecuadas en viviendas ya existentes”.

Para el experto, el principal desafío es la sostenibilidad del financiamiento y la creación de inversiones en hábitat y la vivienda.

Según Fundación Aguas, una organización dedicada a garantizar el acceso a agua potable en comunidades vulnerables, más de 7 millones de personas en Argentina no tienen acceso al agua potable, lo que afecta especialmente a niños menores de 2 años. Muchas veces, el agua disponible está contaminada con arsénico, agroquímicos u otras sustancias que la vuelven peligrosa para la salud.

“A veces una persona tiene acceso a una fuente cercana de agua, pero eso no garantiza calidad, ni cercanía, ni condiciones de acopio. El derecho humano al agua incluye dimensiones como la calidad, la distancia, el tiempo necesario para acopiarla y el rol del Estado como garante. Por eso también educamos en derechos”, argumenta Víctor Jordán, responsable de Proyectos.

Por eso, desde la Fundación hablan de la importancia de una educación en derechos, para que cada persona pueda observar en qué medida ese derecho está satisfecho o vulnerado. Esta carencia fundamental suele tener rostro infantil. “Cuando los niños deben cargar baldes por la falta de conexión a una red de agua, no solo se reduce su tiempo de estudio y juego, sino que les implica riesgos físicos y sanitarios”, acota Jordán.

UNICEF, por otra parte, afirma que la falta de instalaciones sanitarias adecuadas en escuelas y hogares es una de las principales causas de ausentismo en niñas durante su menstruación, generando pérdida de días de clase y perpetuando desigualdades educativas.

Una conquista íntima y colectiva

Cuando vivía con su mamá, Ana tuvo que padecer la internación de Benji, que en ese entonces tenía solo tres meses, por una bronquiolitis. “Tuvimos que llevarlo al Hospital de Niños de La Plata… era tan chiquitito. No me olvido más”, recuerda con tristeza. Fue en el marco de una de tantas inundaciones. “El agua que entraba en la casa no era de río. Era cloacal, contaminada, agua para enfermarse”, agrega Pablo.

Madre e hijo: Benji tuvo que ser internado a los tres meses por bronquiolitis.Madre e hijo: Benji tuvo que ser internado a los tres meses por bronquiolitis.

Hace un año, con mucho tesón, construyeron su propio hogar, pero todavía tenían que pedir prestado un baño, que no era parte de su hogar. A veces se enfriaban, se mojaban. Hoy, Benji puede cantar en la ducha. Ana está feliz: ni él, ni el bebé que tiene en la panza se van a enfermar. Su segundo embarazo va a ser más sencillo: el baño está ahí, integrado a la casa. Y eso, en un barrio donde falta tanto y ella da todavía más, es un puntapié para nuevos proyectos, nuevos horizontes.