¿Juega tu hijo?
Con diferencias según las etapas, es la actividad más propia de la niñez. Si no juega, hay que buscar la causa.
En la actualidad, las largas jornadas laborales, ocupaciones y problemas varios nos suelen absorben a los adultos en preocupaciones que interfieren en nuestra capacidad para sentir placer y disfrutar de las cosas simples. Conjuntamente, tendemos a perder de vista que aquello que los niños necesitan es tiempo de calidad: un momento de juego, de verdadera conexión, sin teléfonos, mails, tablets, computadoras ni mensajes de por medio, un verdadero encuentro lúdico de placer.
La presencia que los niños demandan es un tiempo (a veces podrá ser más corto, otras más prolongado) de verdadera conexión, en el que disponen de nuestra completa atención y deseo de compartir ese momento con ellos.
En el proceso de crecimiento, desde ya muy bebés, los bebés juegan. Juegan con sus manos, con sus pies, agarran objetos, se los llevan a la boca. Y esta capacidad lúdica nos acompaña a lo largo de toda la vida, lo que va a variar son las formas y los materiales con los cuales jugamos. El juego de un bebé de ocho meses es muy diferente al de un niño de cuatro años, al de un adolescente o al de una persona adulta. De la misma manera, las funciones del jugar van cambiando a lo largo de la vida y están al servicio de diferentes procesos psíquicos. Pero como afirma el doctor Ricardo Rodulfo, psicoanalista argentino contemporáneo, no hay aprendizaje en la vida que no pase vertebralmente por el jugar.
¿Por qué los niños pequeños arrojan los objetos al piso? Al arrojar los juguetes, comida y todo lo que encuentre por su paso, al dejarlos caer o tirarlos lejos de sí, el niño descubre y construye el espacio exterior. En ese acto (que por supuesto no es de una vez y para siempre, sino que es un proceso sostenido en el tiempo) el niño se apropia del mundo y éste a su vez, se le revela como un espacio exterior, un afuera de sí mismo donde los objetos que son arrojados van a caer. Es un descubrir/construir en simultáneo.
¿A qué llamamos juego exploratorio? El jugar al que dedican gran cantidad de tiempo los deambuladores cuando comienzan a gatear, luego a pararse y por fin a caminar, es al que habitualmente llamamos juego exploratorio. Los seres humanos somos grandes exploradores desde edades muy tempranas. En la gigantesca tarea que lleva a cabo un niño pequeño al descubrir el mundo, no sólo descubre la realidad que lo rodea sino que también y al mismo tiempo, la crea. Durante la exploración del espacio, el deambulador entre muchas otras cosas, descubre sus diferencias con los otros, lo que lo hace único y singular, distingue el yo del no-yo y construye las categorías de presencia-ausencia.
¿Por qué los niños pequeños no juegan solos? Los niños pequeños en general no juegan solos (o sólo lo hacen durante lapsos muy breves) sino que la mayoría de las veces, “juegan solos en presencia de alguien” (mamá, papá o cuidador), noción tan claramente definida por el pediatra inglés D. Winnicott. El jugar a solas en presencia de alguien da cuenta de la necesidad de que un adulto significativo sostenga la escena de juego con su presencia, aún cuando no esté exactamente jugando con el niño. Es decir, brinda las condiciones para que el juego transcurra, estando cerca y garantizando la confianza y seguridad que el niño necesita para poder desplegar su juego.
La deambulación y la exploración implican riesgos, caídas, tropiezos, algunos más peligrosos que otros. Y es para ello que los adultos estamos cerca de los niños, para protegerlos, cuidarlos y al mismo tiempo permitirles hacer sus propias experiencias en un entorno seguro, sin intrusiones, anticipándonos a los posibles peligros para evitar que se lastimen seriamente.
Ofrecer un espacio seguro, libre de objetos que se puedan romper o que los puedan lastimar, es una tarea de los cuidadores. A medida que un bebé comienza moverse y luego a trepar, debemos ir retirando y/o tapando los objetos peligrosos que se encuentran a su alcance. Esto va a permitir que el pequeño pueda moverse libremente sin tener que estar diciéndole que “no” constantemente. También a veces podemos cederles cajones en la cocina que ellos puedan alcanzar y poner allí dentro objetos para jugar, o algún estante bajo en el baño. Si hay lugares de la casa en los que no pueden ser retirados de su alcance los objetos peligrosos, como enchufes, escaleras sin protección, etc., es fundamental que siempre el niño esté acompañado y explicarle acerca del peligro que conllevan. Entonces se le puede decir a un niño, aún desde muy pequeño: “En este lugar o con estos objetos no se puede jugar porque son peligrosos. Te voy a mostrar donde sí podés hacerlo”. Esta segunda parte en la que lo orientamos a donde sí están dadas las condiciones para que pueda jugar es decisiva, porque si solamente nos detenemos en el “acá no”, no le estamos facilitando el pasaje que lo ayudará a tramitar la frustración. Es muy importante habilitar y orientar la posibilidad de sustitución, “esto no, pero esto otro sí”.
El riesgo inherente a descubrir el mundo, conlleva asimismo el riesgo de desear, de ejercer la autoafirmación al sostener y expresar el deseo como propio. Por eso la insistencia, la intensidad en la búsqueda, la perseverancia cuando le decimos a un niño que algo no se puede y aún así lo intenta. La salud del niño, tanto física como psíquica tiene necesariamente que ver con este asumir el deseo como pertenencia. Los adultos somos los que estamos en condiciones de donar el lugar para que ello ocurra, garantizando dentro de nuestras posibilidades, que no reprimiremos ni condenaremos esa expresión de salud.
Respecto de los objetos con los cuales los niños juegan, es importante recordar que los juguetes no tienen género, edades ni nacionalidades, sino que somos nosotros, como sujetos atravesados por la cultura, quienes les adjudicamos esos sentidos. Durante décadas se sostuvo como verdad incuestionable que jugar con muñecas era cosa de nenas y jugar a la pelota era de nenes. Si podemos descentrarnos de las oposiciones binarias veremos que estos estereotipos de género recaen sobre el jugar como mandatos sociales propios de una época en que la que la condición femenina estaba estrechamente ligada a la maternidad y ni por casualidad jugar al fútbol era cosa de mujeres. Es decir que las épocas y los discursos que en ellas circulan, determinarán lo que para esa cultura se considera socialmente aceptable para niños y niñas durante su infancia. Y lo que caracteriza a nuestra época actual, pareciera ser que es, cuestionar estos estereotipos de género no sólo desde las funciones del jugar sino en todos los ámbitos sociales, jurídicos, laborales, etc.
Un juguete adquiere el nombre de tal en la medida en que alguien juega con él. Por lo tanto, cualquier objeto podría ser potencialmente un juguete. En los tiempos tecnológicos que corren, es preciso recordar que cuanto menos haga un juguete más hará la imaginación del niño. Por lo que cuanto menos luces, sonidos y pantallas tenga, mayor trabajo hará la mente que crea el juego con ese objeto. Desde este punto de vista, los juguetes no son “de nenas” o “de nenes” sino de quienes juegan con ellos.
Entonces ¿por qué los niños juegan? Porque es lo más propio, lo más espontáneo de la niñez. Si un niño juega, quiere decir que allí se están dando los procesos que llevan hacia el desarrollo emocional saludable. Si un pequeño no juega espontáneamente, entonces debemos preguntarnos qué le sucede.
* Lic. Ivana Raschkovan. Psicóloga clínica. Docente de la Facultad de Psicología (Universidad de Buenos Aires), Cátedra Clínica de Niños y adolescentes; facebook.com/CrianzaInfantil.
Fuente: Clarin.com