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En la UBA, la mitad de los alumnos son los primeros de su familia en ir a la universidad

Un objetivo doble, estudiar y torcer la historia

Por: Paula Galinsky

A Roxana Techera le quedan 10 materias para recibirse de ingeniera química en la UBA. Eligió esa carrera inspirada en dos profesores de su escuela secundaria y en el empleador de su abuelo albañil, que era físico. Dice que los tres colectivos que separan su casa en Luján de la facultad no representan un impedimento para ella. “El viaje es largo pero no me molesta. Lo difícil es ver que la situación de mi familia no está bien y que yo, en vez de salir a trabajar, estudio. Mis abuelos, que son los que me criaron, hacen todo lo que está a su alcance para que no me atrase con la facu”, cuenta la joven de 24 años que es la primera en su casa en acceder a la universidad. Como ella, son muchos.

En la UBA, la mitad de los alumnos son los primeros de su familia en ir a la universidad

Roxana Techera. Foto: Martín Bonetto

Según cifras de la UBA (la universidad más grande del país), los padres de la mitad de sus alumnos no tienen estudios terciarios ni universitarios. Es decir que estos chicos son la primera generación de futuros licenciados. El dato es interpretado por la mayoría de los especialistas consultados en términos positivos: hablan de una “mayor democratización” del sistema universitario, al que empiezan a llegan jóvenes de sectores menos favorecidos. Sin embargo, contiene un desafío: lograr que los nuevos ingresantes cuenten con el acompañamiento necesario para egresar (tutorías, apoyo escolar, becas, etc). Para esto falta bastante, según señalan a Clarín expertos en el tema.

Los últimos números disponibles, datos preliminares del censo 2015 sobre el nivel de instrucción de las familias de los alumnos de la UBA, muestran que el 46% de los jóvenes tienen padres que realizaron estudios post-secundarios mientras que, en el caso de las madres, el número asciende al 53%. Quince años atrás, los padres con estudios superiores eran el 44% y las madres, el 42%.

En la UBA, la mitad de los alumnos son los primeros de su familia en ir a la universidad

Martin Volpe. Foto: Gerardo DellOro

“La tasa de escolarización secundaria es hoy del 92%. Hace 30 años no alcanzaba el 70%. Esto muestra que hay muchos que están en condiciones de ir a la universidad que antes no podían”, explica Guillermina Tiramonti, investigadora de Flacso. Y agrega: “En la universidad, el crecimiento es más lento. De los que completan el secundario, hay un grupo que debe incorporarse de inmediato al mundo del trabajo y otro que, incluso sin esa necesidad, no ve la facultad como el paso a seguir”.

Tiramonti aclara que la “democratización” se da en el ingreso pero no en el egreso. “La universidad genera un proceso encubierto de selección al interior de la carrera sobre el que hay que trabajar. A los chicos de sectores más vulnerables les cuesta más recibirse. Y la educación alcanzada por los padres es importante y puede marcar la diferencia”, detalla la especialista y advierte que, “lamentablemente, el nivel socioeconómico de la persona es el mejor predictor de los resultados académicos. Hay que sumar estrategias para guiar y apoyar al estudiante”.

“Tener muchas materias, muchos profesores y muchos exámenes, algo que sucede tanto en la secundaria como en la universidad, pone una carga muy fuerte sobre los alumnos, desconociendo sus desigualdades de origen”, sostiene Axel Rivas, codirector del programa de educación de Cippec. Por esto, señala que “el crecimiento constante de acceso a la educación debe estar acompañado por un cambio organizacional y pedagógico”. “Estas instituciones, que históricamente trabajaron para los sectores de elite que accedían a ellas, tienen que repensar su estructura académica”, resalta Rivas.

Claudia Romero, directora de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella, aporta dos interpretaciones: “Podría entenderse que aumentó el nivel de capital cultural de la población en general y que eso se traduce en que son más los jóvenes que ingresan con padres con estudios post-secundarios o que, en realidad, la universidad se volvió más selectiva y concentra cada vez más su matrícula en los que provienen de hogares con un mejor nivel educativo”. Y destaca que habría que ver “cuántos de los alumnos pertenecen a la población más pobre”. Por otro lado, coincide con Tiramonti en que es clave no sólo atender a la cantidad de ingresantes sino también verificar las graduaciones: “Pertenecer al 20% más rico quintuplica las chances de llegar a la universidad y duplica las posibilidades de terminar una carrera. Para los sectores más vulnerables recibirse implica un ascenso social. Pero lograrlo es mucho más difícil”.

Martín Volpe (27) está cerca de cumplir ese objetivo. “Crecí en Villa Alcira, Bernal. Mis papás no terminaron el secundario, pero me dieron todas las herramientas que pudieron para que yo ingresara en la universidad. Hoy me faltan ocho materias para recibirme de licenciado en Administración en la UBA y pude independizarme. Estoy agradecido con la universidad pública, que me permitió formarme, y orgulloso del camino que recorrí y del esfuerzo que hicieron mis viejos para llegar hasta acá”, dice Martín.

El sueño de un futuro mejor, el motor principal

Los papás de Esteban Brest (21) dejaron la secundaria de adolescentes y la terminaron de grandes, casi en simultáneo con él. “Era una meta personal que tenían, y para mis hermanos y para mí su actitud funcionó como ejemplo a seguir”, cuenta a Clarín el joven que vive en Adolfo Sourdeaux, Malvinas Argentinas. Él quiso ir por más, estudiar Biotecnología en la universidad.

Ayelén Benítez (22) es de Gregorio de Laferrere, La Matanza. Dice que en su familia nadie fue a la facultad y que ella quiere encabezar la primera generación de universitarios. “Sueño con ser investigadora social, por eso, decidí estudiar Sociología”, asegura.

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Desiree Goñi. Foto: Lucía Merle

Desiree Goñi (18) encontró a sus referentes en la escuela de González Catán, La Matanza, en la que hizo el secundario. “Teníamos un taller en el que buscaban concientizar a los chicos sobre el uso problemático de las drogas. Lo coordinaban psicólogas y trabajadores sociales. En ese contexto fue que pensé que, algún día, quería ser como ellas”, comparte. Cerrar esa etapa no fue fácil para Desiree ya que, por problemas familiares, se fue a vivir sola a los 15. “Empecé a trabajar vendiendo ropa de cama por catálogo que iba a comprar al Once. Mi mamá cobraba la Asignación Universal por Hijo y con eso me pagaba el alquiler”, sigue. Hoy volvió a la casa familiar, en San Vicente, y a fines de este mes arrancará la universidad.

Los tres casos tienen en común el esfuerzo, las ganas y una fundación que los respalda, Bisblick. La finalidad que siguen es acompañar con becas a estos alumnos, ya sea para costear la facultad -en los casos en los que van a una privada- o para cubrir apuntes y viáticos. El proyecto social se completa con tutores voluntarios que guían a los estudiantes durante los años de cursada.

En la UBA, la mitad de los alumnos son los primeros de su familia en ir a la universidad

Esteban Brest. Foto: David Fernandez

Esteban casi no está en su casa. Trabaja de día en la cafetería de la sede de su facultad y asiste a clase en el turno noche. “En mis tiempos libres me quedo investigando en el laboratorio de la universidad”, dice el joven y precisa que le queda un año y medio para terminar sus clases en la UADE. “Es cansador pero recibirme me va a ayudar a conseguir un empleo que me guste. Me encantaría trabajar para el Conicet”, agrega.

Ayelén estudia en la UCES, planea recibirse el año que viene y hacer un posgrado en la UBA. “Al principio me costó adaptarme a la vida universitaria. Me ayudó mucho tener un tutor que ya había pasado por esa situación. No puedo creer que ya me falta poco. Estoy feliz con la idea de transformarme en la primera licenciada de mi familia”, cuenta.

Desiree recién empieza este mes la Universidad Nacional de La Matanza y se la ve muy entusiasmada. “En mi casa están todos orgullosos, mi mamá se lo cuenta a todo el mundo. Soy la segunda en mi familia en completar el secundario (mi hermana lo terminó de grande) y ahora voy a ser la primera en entrar a la universidad. Creo que me va a abrir puertas”, suma Desiree.

Docentes para una matrícula heterogénea

Tener una matrícula cada vez más heterogénea en cuanto a formación anterior y situación familiar de los alumnos es un desafío. En este sentido es que María Catalina Nosiglia, secretaria académica de la Universidad de Buenos Aires, cuenta a Clarín que intentan trabajar sobre el tema con tutorías a cargo de pares o de profesores, según la facultad, para ayudar a los estudiantes con más dificultades.

“Son programas que apuntan a los primeros años, que suelen ser los más complicados para los chicos. Aquellos que logran superar esa etapa, en general, tienen más posibilidades de egresar”, asegura Nosiglia. Y destaca que cuentan con dos tipos de becas: “Las Sarmiento y las Avellaneda. Las primeras son para alumnos de la UBA con problemas económicos y las otras, para jóvenes de sectores vulnerables que están en el último año de la escuela media. Se los apoya con una mensualidad y con un tutor para el fin de ese ciclo y durante todo el CBC”.

Según la secretaria académica, uno de los puntos sobre los que deberían seguir avanzando es la capacitación de los profesores. “Hay que mejorar la enseñanza de nuestros docentes para que se adapten a las necesidades de grupos más diversos. Tenemos alrededor de 40 cursos online para que incorporen herramientas de tecnología y pedagógicas que luego aplicarán con los chicos”, suma. Y señala que el hecho de que la mitad de los alumnos de la UBA sean los primeros en su familia en acceder a universidad no sólo tiene que ver con la democratización del sistema, sino también con la mayor exigencia que existe hoy en el mundo laboral. “Antes, con primario y secundario era suficiente para conseguir trabajo. Hoy piden mucho más y tenemos estudiantes que terminan su carrera y van por el posgrado”, agrega Nosiglia.

Fuente: Clarin.com